
Con treinta y cuatro años la terrible le apuñaló la vida en Barcelona, pero no fue capaz de arrebatársela toda. Sigue vivo quizás para que su amiga Bebe, la cantante del amor y la fuerza, le susurre sus letras al oído del corazón que late por ahí fuera. Porque ella era alma gemela, algo más que amiga.
En el tanatorio del Tránsito, al que llega el olor del ajo y la cebolla de las Ferias de San Pedro, la cantante de Valencia, Zafra y Montijo se fundió en un abrazo con los padres y los hermanos de Fernando. Tenía los ojos rojos de dolor y emoción, como los lleva cuando dice sus comprometidas canciones: «malo, malo, malo eres...». Con ella estaba la compañera de Fernando, una jovencísima y destrozada niña de pelo corto y rubio que trataba de ahogar su pena en tabaco.
Me fijé por deformación profesional en casi todas las cosas. La compañera se había tatuado en la espalda, un poco más abajo del cuello, el nombre «Alma Ácida». Alejandro, el hermano de Fernando, un joven que navega más en piragua por el Duero que camina por Santa Clara, me lo explicó. Su hermano se llamaba así de nombre artístico. Su hermano era uno de los más importantes disc-jockeys de España.
Conoció a Bebe hace más de nueve años, cuando ella, probablemente, solo soñaba con la música. Tenían la misma edad. Y se hicieron como hermanos. Bebe sonreía mientras miraba tras el cristal el cuerpo inerte de su amigo. Tuve la sensación de que estaba recordando tantos momentos buenos. Luego se abandonó en un sollozo quedo y convulsivo, tan contenido como amargo.
La muerte del amigo, del hijo, trajo mucha luz a este perro mundo. Paqui y Fernando, sus padres, tuvieron una generosa forma de administrar su dolor. Cuando su hijo Alejandro le preguntó a su padre desde el hospital de Sant Joan de Espi: «papá, me preguntan si podemos donar los órganos», Fernando no lo dudó: «por mí, sí, hijo, pero hay que preguntarle a mamá». Paqui no se lo pensó dos veces. Paqui está acostumbrada a dar como la mujer entregada que es. Y dijo que sí, que por supuesto. Quizás con ello sabía que su hijo no moría del todo.
Al instante el corazón, pulmón, hígado, riñones, incluso las córneas de su hijo, volaban buscando dar vida a otros cuerpos enfermos. Tal vez a estas horas varias personas viven y ven gracias al joven Fernando y a la entrega y sacrificio sin límites de su familia.
Sentado ante el ataúd, al lado de Alejandro, me decía: «Delfín, no sabes lo duro que es pasar este trance». Y no, no lo sé, no puedo imaginármelo, porque no es fácil asimilar cómo la vida se altera para cambiar el orden del destino. Abrazado a Paqui me explicaba su incredulidad. ¡Era tan joven!
Saben que hay que seguir. Tienen a la joven Bárbara, que como si quisiera indicar que la vida continúa, cumplía años el mismo día que se instaló la capilla ardiente. Tienen a Alejandro y a una novia formidable que en todo momento hizo que su piel estuviera pegada y diera cariño a la madre que se moría de pena.
Qué lástima que en esos momentos tengamos tan pocas palabras de consuelo para los seres queridos. No sabes cómo conducirte. No sabes si recordar, porque tal vez así ahondas en la herida, o si hablar de banalidades intentando que los padres se distraigan, porque puedes pecar de frívolo. Qué lástima.
Camino del cementerio el coche en el que viajaba la cantante Bebe, convertida en Nieves Rebolledo Vila, y la compañera del joven Fernando, se convirtió en una inesperada discoteca. Pidieron que se pusiera música. La música que el querido zamorano «pinchaba» desde hace años por la piel arrugada de esta España que hoy está un poco más triste y arrugada.
He visto el libro de firmas, donde he querido dejar mi recuerdo. Y me he quedado impresionado con una frase: la de la compañera del amigo Fernando. Decía: «solo espero que estés en esa isla tan bonita con palmeras que tú y yo soñábamos y que siempre buscabas».
Espero no haber profanado vuestros íntimos secretos. Solo quiero que sepan cuánto os amabais y cuántos amaban al joven Fernando. Yo creo que hoy todos los zamoranos podemos sentirnos orgullosos de haber tenido a un joven y a una familia así entre nosotros. Desde luego yo, lo estoy. Descanse en paz.” Que algo se muere en el alma cuando un amigo se va, es un tópico, sí, pero emociona siempre la grandeza y dignidad de los gestos que surgen de la autenticidad, de la verdadera amistad y del amor a la condición humana.
Fuente : La Opinión de Zamora.
Foto: Autor del reportaje.